El más terrorifico de los susurros.




miércoles, 8 de agosto de 2012

Princesas

La ciudad en calma, la habitación vacía, la cortina cerrada. El humo invadiendo espacios prohibidos de la habitación. Media botella de vodka debajo de la mesa. Una servilleta...



Resucitan todas las mañanas en barrios desconocidos y camas recién exploradas, con dolores de cabeza y el lápiz de ojos corrido, como si por fin esa noche hubiese tenido lugar la gran llorera, como si quizás aún tuviesen en su interior algún atisbo de esos sentimientos con los que suspiraban antes cada noche a las estrellas, esperando un resplandor. Pero no, ese leve desperfecto de su cara se debían más bien a estragos causados por el alcohol.

Son balas perdidas, puñaladas por la espalada, risas abruptas que desafían con una familiar confianza y una extraña naturalidad al mundo. El desenfreno moldea sus vidas a placer y el dolor y la soledad parecen tener comprado un piso entre la tercera y cuarta costilla en el que una vez al mes montan una fiesta salvaje donde la verdad de este mundo se presenta como una invitada sorpresa, una fiesta a la que la princesa acude en calidad de masoquista.

Ellas son tantas cosas y sin embargo para el mundo no son nada, únicamente recipientes de la belleza, un objetivo común, un algo que destruir aunque sea escupiendo todas las mañanas en su café de máquina de 35 céntimos.

Hay historias en las que el príncipe azul no existe, en otras el príncipe es beige y por eso ella nunca lo encuentra, y después están esas historias en las que lo único que hay es princesa, sola. Una princesa que bien puede ser rubia, morena, pelirroja, tener media cabeza rapada, y fumar y follarse a todo el mundo... Son princesas geniales que han sido castigadas a un mundo donde viven esclavas del rumor, de lo que alguien dice por ahí, un mundo que destruye y carcome y corroe y derriba y ensucia lo que ellas deberían ser.

Transforman sus uñas, mil colores, y en sus labios otros tantos, cargan en sus brazos mil problemas y sueños y quince pulseras por lo menos en cada muñeca: son las princesas condenadas. Esas son ellas.

Princesas que no soportan vivir, princesas que manchan sus dientes con tabaco y que destrozan su hígado con copas de alcohol para las heridas en vasos de plástico, a las cuales se les hace tan insoportable la idea de tener que esperar los ochenta y pico para marcharse de aquí que intentan matar el tiempo en baños y callejones no aptos para menores de edad y cerrados de mente ( y de piernas).


Son princesas y, aunque piensen que a los 26 dejan de serlo, seguirán siéndolo hasta la muerte y más allá.

29 de Marzo de  2012, Sevilla.

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