El más terrorifico de los susurros.




sábado, 29 de enero de 2011

Logaritmo del color.

- ¿En qué estas pensando?

- Nose... ¿y tú?

- Me suelo preguntar de qué color son los ojos de un flamenco.

- Es una buena pregunta... yo tengo otra, ¿el camaleón que es un reptil o un anfibio?

- Un reptil. Oye, una cosa.

- Dime.

- El amor es de color rosa o rojo, ¿no?

- Sí, aunque las chicas de mi clase dicen que también puede ser fucsia.

- Entonces, ¿de qué color es la amistad?

- Azul, ¿no?... Yo siempre he creído que es azul.

- Me gusta que sea azul, pero ¿por qué no puede ser de color verde o amarillo?

- Ni idea... A mí me gusta pensar que es azul. ¿Por qué estamos   sentados cabeza abajo?

- Porque somos raros, de esos que ya no quedan.

miércoles, 12 de enero de 2011

COURAGE

¿Serán tantos viajes en autobús los que nos convierten en niños pequeños, y nos hacen olvidarnos de la valentía?

Enrabietemonos como niños pequeños, y pegame un mordisco o dame una torta. Cuanta maldad. Verdaderamente la simpleza del cojin tiene más juego que tú.

martes, 4 de enero de 2011

Vicios

Me gusta devorar las nubes de las 7:00 a.m.

Sentarme en la terraza, con una sudadera XXL, y suspirar. Cantar bajito, de forma casi imperceptible, sentirme frágil y escurridizo ante las obligaciones del mundo real. Engañarme. Dibujar garabatos sin sentido, escribir cartas que lo más cerca que estarán de un buzón será el segundo cajón de mi estantería. Una rutina que me hace sentir útil, que hace que recorra mi cuerpo una ola de calor. Ese cielo me hace pensar. Pensar sobre los muros que yo construyo por evitar la inquisición de las miradas que acosan a mi cabecita cuando le dan por funcionar, por comodidad.

Esas nubes, ese momento, es casi equiparable a levantarse una noche a las cuatro de la mañana, ir a la cocina medio zombi, y una vez allí, sin saber el por qué abrir la nevera. Quedarse allí quieto, asombrado, delante de ella, embobado con su luz. No sabes si quiera si necesitas beber algo o comer, pero la abres y, con esa luz, piensas en millones de cosas que nunca habías pensado antes o que te llevan torturando días, semanas, quizá meses.

(…)

A veces cuando estoy allí, buscando la nube que será la siguiente presa de mi mirada, me pongo a pensar, y llego a la conclusión de que tengo que parar, pararme en seco. Voy a la cocina cojo una taza la lleno de leche, me hago un café y vuelvo destrozado, sin saber la causa de ello, a la terraza. Me callo, cierro los ojos y agarro fuerte la taza con las dos manos como si fuese lo último que tuviese en esa terrible oscuridad. Y grito, grito fuerte. Puede que un par de palabras, o a veces una simple letra. Para recordarme que también tengo voz.

Ese es mi vicio, mi delirio. Soy adicto al cielo de las
7 de la mañana.