El más terrorifico de los susurros.




lunes, 25 de abril de 2011

Rompetiempos

Me acerque al puente y me apoye en la barandilla. Me sente,con la cabeza justo por encima de esa seguridad que intentaba dar la barandilla de color rojo, desafiante al mar, suspendido a 30 metros del agua, con el sol cegandome en la desembocadura del Tajo.

Estoy en Lisboa, la ciudad de los taxis negros y verdes, donde todo parece viejo y nuevo, y donde las drogas corren una maraton entre los adoquines del suelo. Estoy en Lisboa, buscando una respuesta, intentando encontrar un porque, haciendo balance de los últimos meses, de las últimas fotos.



La sensación de estar aquí arriba, intocable, indañable, me hace sentir alivio. No sé qué es lo que quiero, y el mundo va tan rápido... Tan endiabladamente rápido. Delante mío, el mar, imposible de predecir por dónde me asaltará en nuestro próximo encuentro, y detrás, coches, coches, más coches, dos camiones, un autobús repleto de niños y una vespa. No sé qué es lo que quiero.

Quizá perderme, o simplemente dejarme deslizar entre todas esas diminutas personas que se ven desde aquí. Dejar que me empapen con su esencia, que me calen hasta los huesos con pensamientos envenenados y que me hagan fan de pasiones prohibidas...tantas posibilidades.

No sé qué es lo que quiero, pero necesito a alguien. Necesito a alguien que se quede aquí arriba conigo, pensando, sitiendo. ¿Necesito amor?, puede.

Si es amor, impongo un requisito, que sea un amor de Agosto, de esos que te abrasan por dentro durante las noches en la playa, inagotables hasta que llega el mediodía, que te hacen llegar a decir: "No te marches, quédate conmigo".

El mundo va demasiado rápido, y yo necesito a alguien ahora, y un par de horas más también, el tiempo que yo quiera, aquí, en este puente, desafiando el mar, ignorando los coches.

viernes, 15 de abril de 2011

Magia potagia

La vida está plagada de momentos inolvidables, de instantes superficiales para gente que no entiende nuestra forma de ser, absurdos para los que nos rodean, pero sin embargo llenos de esa tan codiciada magia potagia de la que poco a poco, con cada nuevo beso, cada nuevo paso, cada nuevo grito, cada nuevo cristal roto, cada nuevo pum pum de un corazón nos vamos olvidando. La olvidamos sin querer, sin pensarlo, pero lo hacemos y poco a poco perdemos esa purpurina que no podía faltar en cada manualidad, esa plastilina que bien podía ser el mejor regalo, e incluso tardes enteras corriendo y jugando a creerse rey de otro mundo más mejor.

Ayer me di cuenta de que estaba olvidando, de que aunque fuese bueno, estaba olvidando, y perdiendo mi magia potagia. Me pare a pensar, y no podía recordar bien ese instante, ese primer momento, el primer aleteo, el momento en el que aprendí a atarme los playeros. Ese momento decisivo en la vida de todo hombre y mujer, en la que uno se empieza a independizar y dar rienda suelta a su personalidad, describe la forma de lo que podría ser su vida, y más o menos, puede que no en ese momento, pero si instantes después , decide que camino coger. Pues bien. Estuve horas pensando, dándole vueltas, llevándolo a la derecha y arriba, bajándolo, volviendo a la derecha, buscando ese momento entre millones de papeles con instantes superfluos sobre la vida como la conocía… Y volvió ese anochecer de un noviembre del noventa y mucho.

Sin más estaba allí, ese resquicio de felicidad, yo sentado en un pequeño sofá de dos plazas, con una funda de estampado de flores, torciendo la lengua, mordiéndome el labio, levantando la ceja, con un lado del cordón en cada en cada mano, con la mirada de mi padre y la voz de aquella chica, Vicky creo que se llamaba, diciendo:”así… y ahora, muy bien, y… no, no, por el círculo, no hombre, por dios, por el otro… ahí ahí ahí… perfecto.” Justo después de esa palabra, fue cuando empecé a reír, y puede que esa fuera la carcajada más exacta de este mundo, cada movimiento de un músculo de la cara se veía acompañado de un chute de euforia.

jueves, 14 de abril de 2011

Desayuno sin calcetines

No me acuerdo exactamente del día en el que decidí que todo sería diferente. Supongo que fue un día, un momento, lo que dio la patada a mi mundo, lo que me hizo ser, estar y parecer como ahora. Porque no siempre los recuerdos suponen un bien común, ni tampoco un bisturí puede transformar a cualquiera en dios.

Y es que el mundo, segundo tras segundo, nos grita levemente lo que supone un destino. Nos cuenta historias de amor, puentes que unen para siempre, canciones que soplar a los oídos, y roces involuntarios en su pierna.

El mundo cree asignarnos un destino y se contenta con su labor, pero, yo, un día decidí que algún día yo dejaría de hacer las típicas estupideces del amor.

El amor, esa palabra que funciona como eje central de una red de prostitución de palabras: novio, novia, amante, cama, hacer, besar, rozar, tocar, desabrochar… Dije que no me pelearía por una chica, ni que me quedaría tonto mirándola, que no coleccionaría fotos suyas en mi memoria, que no lucharía por quedar colgado de sus esquinas, que no esperaría oír su voz todos los días, ni tampoco que su mano se chocase con la mía. Lo deje todo claro, yo, sería quién cogiese las riendas de mi destino, sería quién eligiese dónde vivir, dónde despertarme, con quién viajar, qué desayunar, qué libro comprar.

Lo dije todo, y me respondieron simple, sencillo, y de una forma que aún recuerdo, con la palabra pasión. Qué si evitaba a mi destino, con muros de papel de burbujas, ceniceros de la clase de plástica, con cinismo y pantalones rotos, nunca sentiría eso, pasión.

Y ahora llegados a este punto, me doy cuenta de que escoja el camino que escoja, llevare arrastrando la pasión de cada nuevo cuadro, de cada nueva bombilla, de cada nuevo suspiro, de cada cristal de autobús empañado, y contigo al lado, como un tatuaje en la planta del pie.

viernes, 8 de abril de 2011

Madrugadas enlatadas

Y pienso en cualquier cosa, me siento y empiezo a hablar lentamente con la pared. Le cuento como me ha ido el día, el miedo que he pasado cuando pensé en ella mientras hablábamos y creí que se dio cuenta, el momento en el que todo el mundo estaba gritando, y sentía el retumbar de los coches en mi cabeza y sólo esperaba que mi cabeza explotara, como los platillos en una coda, y también cuando pensé en que en despedirme de todo el mundo, coger un avión e irme lejos.

Esto, precisamente esto, es lo que me hace pensar en lo estúpida y absurda que puede llegar a resultar mi forma de ser en los días de calor, esa forma de ser que se ve alentada por un mugriento reloj de pared y un montón de papeles viejos. Que me llevaba a comprar un perfume de Dior para echar por la habitación, y pensar que estas aquí, puede que incluso en el baño cambiándote.

Entre mi confidente, mis papeles viejos, y mi continua necesidad de oler tu Dior por la habitación, creo que me será imposible encontrar a otra que aguante más de 4 días, a parte de la tan famosa soledad, de la que últimamente huyo, porque me aterra la idea de compartir cuarto con alguien más famoso que yo.
En definitiva, creo que en lo que queda de mes, para el café de las 02:44 a.m. en un cualquier sitio y las primeras caladas del día, tendré de únicas acompañantes a la pared con el enorme cartel y al letrero luminoso.