El más terrorifico de los susurros.




domingo, 27 de mayo de 2012

otra cosa

En sus dedos residía la fuente nunca encontrada del tormento, se prendía entre ellos, y asaltaba su pecho con cada nueva respiración, intentando no ser visto, pero causando estragos a su paso.


Demasiados esfuerzos por romper la piedra, por arañarla, por intentar quemarla, por saber que había debajo de aquello que le sustentaba, que le dejaba descansar de un agotador mundo de sensaciones, de tantas páginas secretas que en teoría nadie debía de encontrar nunca, pero en las que ella se rajaba el alma y sangraba, se derrumbaba. Tantos esfuerzos que en momentos debería parecer agotada, pero sin embargo está ahí, sentada, arañando la piedra, sin esperanza pero con convencimiento.

[pasan 6 segundos; ya son 8 segundos más tarde que nunca y más temprano que mañana...]

Y ahora ahí, cara a cara (utopía decían los de la mesa 10, quién sabe) me siento un extraño, no conozco las palabras, solo eso que reposa entre las miradas de la gente, entre la suya y el sabe-Dios-qué-estará-mirando, ello diluido en humos de sueños, anhelos, desafíos, huidas... ahogando ese algo que muerto vive entre sus idas y venidas, entre sus sueños y mentiras que cuando no vuelan alto, intentando rasgar cielos de esos a los que ponen banda sonora, agonizan debajo de su almohada.

Algún día su dolor, esas hojas, saldrán a la luz, y entonces lo imprevisible se supone que será previsible, aunque no estoy seguro si eso es el porvenir o futuro, o solo imaginación de...

viernes, 25 de mayo de 2012

भविष्य

Carreteras. Bastantes Carreteras. Muchas Carreteras. Y las ruedas comienzan a girar, lenta pero inevitablemente. Medio metro, un metro, tres metros, diez metros, se avanza, y más velocidad; y el paisaje empieza difuminarse, solo se puede ver ya lo que está por venir, lo que está atrás queda ahora demasiado lejos, y lo presente es imperceptible a la velocidad a la que avanzamos. Y locos, ebrios, con los eruditos a la violeta y las mentes lúcidas, con la chica que baila y el niño del piano y los telones, nos precipitamos hacia ese horizonte que el sol se encarga de custodiar, intentamos evitar a toda costa separarnos, corremos sentados, saltamos intentando alcanzar nuestro espíritu, aullamos... corremos y saltamos y aullamos, todo a la vez, huimos del miedo con pasos de gigante hacia delante. 


A nuestras espaldas, la luna observa cada segundo de nuestro trayecto y piensa: "pobres ilusos", y resopla... y sopla, y aunque no se lo crea ni ella misma, cree en nuestros sueños más que nosotros, y no nos dejará solos, nunca, aunque el sol eclipse todos eso tan fugaz tras lo que las ruedas giran anhelantes de
alcanzar. 




Direcciones, aquí hay demasiadas direcciones y tantas carreteras... melodías incomprendidas, pero manos entrelazadas.