El más terrorifico de los susurros.




miércoles, 10 de agosto de 2011

Yulai


Julio se ha quedado en silencio, sin palabras, con su voz que mastica sensaciones y con palabras pegadas al paladar, y con los sudores, y con la sensación de arder, con calor abrasador entre miradas que se sostienen en plazas con bancos vacíos. Gritos desde el cielo que parecen discutir  el color de las toallas y gritos desde las toallas que hablan sobre las fomras de las nubes. Frases cortas que respetan decisiones absurdas, caladas de tu boca que estallan como fuegos artificiales en mi cabeza y noticias nada frescas sobre que puede que ya no seamos los mismos que hace un par de años, que a lo mejor estamos creciendo porque, qué quieres que te diga, yo no he olvidado a mis padres y creo que tengo barba.

Plastilina y cristales que se funden en recuerdos de todo lo que podríamos haber sido sino fueramos tu y yo y que son un adelanto de que todo lo dulce es amargo y de que lo salado tambien puede ser amargo y que las penas son amargas y que tus besos no son tan dulces y mis manos siempre se mancharan de rotulador por tí y por tus letras.

Un Julio que, silencioso, lo ha hablado todo, lo ha explicado todo, ha expuesto todas las posibilidades y, al final, nos ha demostrado que quizás lo único en común es una letra. Un Julio de take me home que ha pasado sin pena y sin euforia ha archivarse en un historial de vida que algún día se descalificara como secreto de estado.

viernes, 5 de agosto de 2011

Huecos (vacíos)

La historia que nos concierne aqui hoy, entre mirada y mirada, se basa en recovecos que la historia nos ha dejado a ti y a mi, en lunes que dijiste que serían locos, y en fotos en mitad de la madrugada. Recovecos de historias cargadas que, apuntan, y están dispuestas a disparar recuerdos, a ese retazo en el que tus palabras fluían y tu voz rompía límites y me demostraste que nunca llegaría ese momento en el que sea tan tan feliz. Disparos, 23 para ser exacto. Ahora estoy a las 8:37 de la mañana en mitad de un parque, sentando en un banco que probablemente tenga mas años que yo, y el sol se resquebraja entre las hojas, y mis ojos son un colador de pensamientos.




Y en mi cabeza no hay tambores ni pianos, ni letras que dejar escapar, hay (vacíos) que ocupan los huecos que había reservado para tí. Y corro, pero no consigo escapar, y es que no sé caminar, huyo de espejismos que me recuerdan mi voz gritando y esquivando coches y subiendo un puente para que se giren todas las cabezas hacia ese chorro de voz, y que tú, hagas amago de sentirte especial.


Pero la frontera entre siempre o jamás sigue trazada entre tú y yo, como respirar un humo que huele a ti y destroza los pulmones, esa frontera que, no se rompe, al parecer, y que deja huecos (vacíos) y que... Ya no sé dénde empiezo ni dónde acabo, porque tu eres yo, y yo soy tú, y tu tienes cachitos de mí, los de esos huecos que, según comenta mi vecina de pupitre, se han quedado vacíos.