El más terrorifico de los susurros.




martes, 15 de marzo de 2011

Que ella era la palabra mañanas

Me di cuenta hoy, sin querer hacerlo, de que eso era todo lo que ella era, las mañanas. Justo en el momento en el que me desperté, totalmente despeinado, con unas ojeras de elefante, sentado con las piernas cruzadas, y bostezando, en ese preciso e imperfectamente perfecto momento, me he dado cuenta de que ella, solo ella, podría igualarse a una mañana como esta.

Una mañana normal, sin ninguna segunda intención, una típica mañana de verano en la que te levantas solo en tu pequeña, enana, diminuta habitación en un piso que en mitad del mes de Agosto está deshabitado.

Y ahora estoy aquí, sentado en este pasillo que supuestamente es una terraza, apoyado en la ventana con los ojos cerrados dejando que el sol me dé un rato en la cara, y parándome a pensar que quizás haya un por qué detrás de todas las cosas que me pasan, en que quizás los tropecientos post-it de la pared tiene alguna utilidad, como recordarme que, quizás, y probablemente más que quizás, haya un motivo para que te hayas convertido en un costumbre, como hablar con el espejo, el bol de cereales carrefour discount de las horas de pensar, porque no hay presupuesto para más y saben igual, o una estrofa de mi canción favorita, en la que ahora mismo juraría que están diciendo tu nombre.

Todo esto ha pasado sin que me dé cuenta y lo peor, no es que hayas pasado a ser ya una costumbre de mi verano, es que te has convertido en la imperfección que tanto me atrae, esa droga a la que ni siquiera la nicotina se le puede acercar. Estamos llegando a unos grados de adicción en los que el miedo se mezcla con las ganas, en dónde no importa nada mientras lo digamos a la primera, donde los besos se comen a las palabras.

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