Nadie piensa nada en contra nuestra, nadie, hasta que tenemos a mano algo donde escribir lo que de verdad pensamos, sentimos o creemos. Entonces, en el momento justo en el que empezamos a dejar fluir todo eso sobre un par de letras, entonces, nos volvemos unos valientes. La gente dice, te odio, me caes mal, no te voy a perdonar, te quiero… En el papel, en el guion de la función de nuestras vidas todos somos héroes, somos valientes, nos arriesgamos y asumimos las consecuencias. En ese guión, todos, mejor dicho, la mayoría, partimos desde la misma línea de salida y la dirección que toma nuestra vida es la que nosotros elegimos, todo es del color que queremos.
Pero cuando terminamos de escribir el capítulo que toca del guión, volvemos a la realidad, y nos damos de bruces con el miedo. Cada uno con nuestro miedo. El miedo a crecer demasiado rápido, a defraudar a las personas que queremos, a no cumplir nuestros sueños, a quedarnos solos… Dejamos que el guión se rompa, desaparezca, y lo modificamos con el miedo, con las emociones, con el momento. En ese instante comienza la transformación, todos nos convertimos en personas, con distintas situaciones, y a partir de ahí, a las personas que les invade el pánico, el miedo escénico, corren a ponerse una máscara, a ocultar sus defectos, a intentar de alguna forma retomar aquel bonito guión monocolor que habían escrito.

Y entonces, solo entonces, formaras parte de algo, formaras parte de los espectadores.
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