El más terrorifico de los susurros.




jueves, 13 de diciembre de 2012

E... ¿io?



Es curiosa la forma en la que nos enredamos en la excusa de que estamos madurando para responder a las cosas no tan simples que el día a día nos va trayendo a orillas de cada anochecer. Vamos, reconoce que tú también te has refugiado bajo la capucha de aquella sudadera, buscando así huir de la mirada de tantos cientos de miles de estrellas en esas noches de verano en las que la vida comenzaba con sus primeros pedaleos.

Nos cuenta entender que debemos disfrutar de los pequeños detalles, con dieciséis años nadie lo entiende, ni con diecisiete, menos con dieciocho; estoy esperando a que llegue ese momento en el que sienta cada grano de arena bajo la planta de mis pies, en el que el romper de las olas se convierta en nana, ese día en el que olor a sal deje extasiado mi cuerpo, y me relaje, me deje coger esa corriente de aire, ir alto, y cambiar la perspectiva. Quiero lograr comprender esto, pero a la vez lo dejo de lado, me invento mil historias para intentar olvidar.

Me resisto a subir, quizás por miedo a encontrarme con una caída que carezca de final, pero aún así, aunque lo evite, lo evitable no se convierte en imposible, y me acaba encontrando, me obligarán a subir a pesar de que sea más tarde que temprano. Pero, hasta entonces, ¿quién diablos se suponía que era yo?

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