Los días se habían convertido en caballos desbocados a los
que ya no les importaba lo que yo pudiera pensar sobre ellos, locos instantes
para abarcar tantas ideas. Mientras tanto tú sigues mirando, intuyéndome, cogiéndome
la medida, midiendo la inmensidad de lo inabarcable de los días de lluvia en
una ciudad como Oviedo, extrañando mi forma de mirar al cielo y suponiendo lo
evidente.
Los días se habían convertido en caballos desbocados y quejumbrosos
nuestros ojos se miraron después de 5 segundos sin un enfrentamiento directo, y
entonces yo te tantee, busque lo implícito en tus labios y rebaje los precios
de cada palabra que pudiere salir de mi boca para que mis rebajas fueran tus chollos,
que te parases conmigo, y yo te fotografiase en mi mente.
Los días se habían convertido en caballos desbocados, pero
se cansaron de la locura, del no poder parar, renegaron de su lucidez, se
dejaron a lo igual, a los silencios que gobiernan los nombres de tantas
ciudades perdidas, se volvieron cenizas. Los sueños se habían dormido con los
delirios de los caballos, los delirios se habían drogado y transformado en
utopías, hoy era el principio del final, y tú y yo todavía no nos habíamos
conocido.
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