El más terrorifico de los susurros.




martes, 4 de enero de 2011

Vicios

Me gusta devorar las nubes de las 7:00 a.m.

Sentarme en la terraza, con una sudadera XXL, y suspirar. Cantar bajito, de forma casi imperceptible, sentirme frágil y escurridizo ante las obligaciones del mundo real. Engañarme. Dibujar garabatos sin sentido, escribir cartas que lo más cerca que estarán de un buzón será el segundo cajón de mi estantería. Una rutina que me hace sentir útil, que hace que recorra mi cuerpo una ola de calor. Ese cielo me hace pensar. Pensar sobre los muros que yo construyo por evitar la inquisición de las miradas que acosan a mi cabecita cuando le dan por funcionar, por comodidad.

Esas nubes, ese momento, es casi equiparable a levantarse una noche a las cuatro de la mañana, ir a la cocina medio zombi, y una vez allí, sin saber el por qué abrir la nevera. Quedarse allí quieto, asombrado, delante de ella, embobado con su luz. No sabes si quiera si necesitas beber algo o comer, pero la abres y, con esa luz, piensas en millones de cosas que nunca habías pensado antes o que te llevan torturando días, semanas, quizá meses.

(…)

A veces cuando estoy allí, buscando la nube que será la siguiente presa de mi mirada, me pongo a pensar, y llego a la conclusión de que tengo que parar, pararme en seco. Voy a la cocina cojo una taza la lleno de leche, me hago un café y vuelvo destrozado, sin saber la causa de ello, a la terraza. Me callo, cierro los ojos y agarro fuerte la taza con las dos manos como si fuese lo último que tuviese en esa terrible oscuridad. Y grito, grito fuerte. Puede que un par de palabras, o a veces una simple letra. Para recordarme que también tengo voz.

Ese es mi vicio, mi delirio. Soy adicto al cielo de las
7 de la mañana.

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